La piel, residencia perfecta para las bacterias

Como norma general, un ser humano adulto está formado por 2 m2 de piel, que varía en función de la composición química y de la humedad. Pero para comprender dónde viven nuestras bacterias y por qué primero hay que hacer una breve explicación de las capas de la piel.

Como vemos en la fotografía de la derecha (pinchar encima par ver más grande), la piel está formada por 3 capas principales: la epidermis, la dermis y el tejido subcutáneo. La epidermis no es un lugar muy favorable ya que está sometida a una constante desecación así que la mayoría de los microorganismos de la piel se asocian con un tipo de glándulas especiales, como las sudoríparas, en un estrato más interno. Estás glándulas se encuentran principalmente en las zonas de la axila, la genital, los pezones y el ombligo, que empiezan a ser funcionales en la pubertad. Estos lugares son húmedos y están llenos de sustancias que los microorganismos utilizan como su comida.

Del mismo modo, cada folículo piloso se asocia con una glándula sebácea que segrega una sustancia lubricante. Éste lugar también es perfecto para los microorganismos ya que las secreciones de las glándulas de la piel en general son muy ricas en nutrientes como urea, aminoácidos, sales, ácido láctico y lípidos.

Hablando en plata, el olor a sobaco y el olor a pies son causados por las reacciones químicas de las bacterias sobre las secreciones de las glándulas sudoríparas de estos lugares. Si recogiéramos el sudor en un estado libre de bacterias, es una sustancia totalmente inodora, pero con presencia bacteriana puede llegar a oler muy fuerte, dependiendo de cada persona.

La población normal está formada por poblaciones permanentes y otras transitorias de bacterias y hongos. Al examinar muestras de distintos individuos se pueden llegar a clasificar hasta 180 especies distintas de bacterias y algunos hongos. Además, son comunidades muy estables, como por ejemplo Propionibacterium acnes, causante del terrible acné juvenil que sufren muchos adolescentes. Este género junto con otros 3 más (Streptococcus, Staphilococcus y Corynebacterium) forman alrededor de la mitad de las 180 especies que podemos encontrar. El resto son especies muy transitorias ya que hasta un 70% sufren modificaciones debido al paso del tiempo y las circunstancias personales de cada individuo.

En cuanto a los hongos que habitan nuestra piel, no llegan a 10 especies. Como dato curioso, en pacientes con enfermedades que no poseen esta microbiota normal suelen verse afectados por una levadura muy conocida, el género Candida, que puede provocar infecciones cutáneas importantes. De manera que las bacterias son necesarias para mantener a ralla a ciertos hongos.

La microbiota está sometida a muchos cambios que suelen deberse a 3 motivos principales:

1. El clima. Nos afecta aumentando la temperatura y la humedad de nuestra piel, causando un aumento de la densidad de la microbiota.

2. La edad. Los jóvenes poseen una microbiota más variada que los adultos y son más susceptibles de sufrir enfermedades cutáneas.

3. La higiene personal. Las personas que descuidan su higiene son portadores de muchos más microorganismos que el resto. Así que ya sabemos, una higiene adecuada mantiene la microbiota en índices normales. Pero ojo, un exceso de higiene tampoco es bueno, ya que si se elimina gran parte de esa microbiota los hongos pueden invadirnos. Hay que encontrar el equilibrio.

Del mismo modo, el personal hospitalario es portador de algunas de las especies transitorias que pueden causar enfermedades en los pacientes hospitalizados, aprovechándose esos patógenos oportunistas de la debilidad del sistema inmune. Las manos suelen ser el vehículo mayoritario de infección. El lavado de manos es la medida más importante a tener en cuenta. El principal agente causante de las enfermedades nocosomiales, que son las enfermedades que se cogen en los hospitales, son causadas por Staphylococcus aureus, una bacteria que suele encontrarse en la cara, así que es muy fácil que acabe en las manos y así contaminar al resto.

 

Fuente: Brock (Ed. Pearson, 2009)

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